Qué triste se oye la lluvia en el exilio.

Categoría: Culturales Publicado: Domingo, 17 Marzo 2019 Escrito por Jorge Mejia

Qué triste se oye la lluvia en el exilio.

Por José Reyes

jose Reyes escritor fotoEstá lluviosa la tarde, un manto fino de niebla pura la esconde de mis pupilas. Gotas de vida se deslizan por los hilos invisibles de un viento no conocido, en este en cierne otoño recién nacido del cosmos.

Los árboles están danzando al son de mi tristeza, bebiendo sorbo a sorbo la humedad que se filtra a través de sus ramas. Sus raíces están chupando alegría, amando la niebla, besando al viento, como si fuera esta la última lluvia.

El tiempo ya se lo ha dicho, el invierno se aproxima. Su verdor tan esplendoroso se tornará en pálida hojarasca, las aves entonarán un trinar de melancolía; Sus nidos también llorarán por la lluvia fría. Se ha parapetado la tarde medio a medio a mi nostalgia, la noche la intimida con su manto oscuro, mas la claridad la envuelve con rayos tenues para que mi musa se deleite y mi pluma la venere.

Cae la lluvia en primavera y nace una hermosa flor, cae la lluvia en verano y crece el rio; cae la lluvia en otoño y empapa al viento. Para que la tarde se esconda tranquila y la noche se proteja en el refugio de un beso. Donde fluye el amor, donde fluye la vida en cada nacimiento, pero más tarde la materia se transforma con la muerte y la esencia del hombre abandona el planeta tan solo para habitar eternidades cósmicas.

Está llorando la tarde, mi pluma está agonizando, mi alma suspira anhelando la suave brisa de mi patria hermosa. Treinta febreros han llovido y yo tan lejos de ella, la máscara del destino se ha desgarrado y ondea cual vela al viento.

Sé que un día moriré pues nada dura para siempre, más no quiero terminar entre huesos extraños, en campo santo distante donde el viento tropical nunca llegará. Donde las tumbas no tienen color, las lápidas son tiranas y los lirios y las azucenas solo viven tres meses.

Me acostaré a dormir, quiero soñar con Quisqueya, con sus ríos y montañas, con sus verdes praderas. Con sus calles coloridas, con sus playas, con la arena.

Si no me vuelvo a inspirar es culpa de la tristeza, porque la tristeza es tan cruel que no conoce fronteras, siempre anda en compañía de la aciaga quimera. La muerte tiene sus caprichos pero mis versos sobrevivirán, sobrevivirán, sobrevivirán entre las montañas y el eco, entre la lluvia y el viento. Entre mi prole y el tiempo, ¡sobrevivirán!

Si no vuelvo a despertar es prueba de que la luz se ha transformado en silencio. Porque es que solo somos una gota de agua del torrencial que se filtra desde el infinito, somos la sombra de un sueño como mismo la visualizó Píndaro.

Somos la explosión de un átomo en crecimiento, somos el resplandor de un fotón de luz que de tiempo en tiempo atraviesa el firmamento. Somos un pedazo del tiempo que cabarga galopando sobre un segundo, las alas de los años se cubren de vivencias; los siglos envejecen en las arrugas del milenio, más el alma se renueva el siclo de lo eterno.

Los días acumulan minutos en la nada, el universo se expande como polvo al viento. Los ideales del hombre son como mundos pequeños, mundos sin desigualdades donde nunca pasa el tiempo.

Las palabras son solo emociones pronunciadas en un momento, la vida es como un tornado amplio como el firmamento. Es eterna nuestra luz radiante como un cometa, eterna como la tinta en la pluma de un poeta.

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